Ya hace varios días que no escribo en el blog. He decidido que, en la medida de lo posible, los fines de semana voy a intentar desconectar de todo, por lo que sábados y domingos es posible que no me pase por aquí.
Hoy no quiero reseñar libros. Tampoco quiero escribir sobre lo mucho que me apetece coger un folio y dar forma, negro sobre blanco, a un par de historias que se me han ocurrido y que espero abordar más pronto que tarde. Hoy quiero hacer una reflexión sobre el acto de leer o, mejor dicho, de lo corta que es la vida con lo mucho que hay por leer. Empezaré con un par de frases célebres al respecto:
Lo único que lamento es que nunca tendré tiempo para leer todos los libros que quiero leer.
Françoise Sagan
¡Qué pena morir, cuando me queda tanto por leer!
Marcelino Menéndez y Pelayo
Esta reflexión es recurrente en las personas a las que, como yo, nos gusta leer. Y volvió a salir a la palestra en una conversación que tuve la semana pasada en mi última visita a
Birlibirloque, una excelente librería que abrió sus puertas el pasado mes de abril en el centro de Sevilla, en concreto en la calle Amor de Dios nº17.
Desde su inauguración, he visitado la librería en varias ocasiones y he adquirido algunos libros. Me gusta no sólo por el emplazamiento y por la valentía que están demostrando sus propietarios al iniciar una aventura así en un momento tan complicado como el que vivimos, en el que la cultura está siendo despedazada por aquellos que quieren sumirnos en la ignorancia, para que seamos más fácilmente manipulables y no sepamos argumentar nuestras protestas ante las barrabasadas que están cometiendo. El hecho es que los libros que allí se pueden encontrar -o encargar- siguen una línea muy afín a mis gustos.
Me encanta entrar en la librería y encontrar en un lugar preferente libros distintos a los que, en otras macrolibrerías o secciones de libros de grandes cadenas, están por todas partes. Editoriales como Nórdica, Impedimenta, Minúscula, Periférica... tienen un hueco importante en los anaqueles de Birlibirloque, junto con muchas otras editoriales y libros de temática variada.
En mi última visita, la semana pasada, estuve un buen rato conversando con Almoraima, la encargada de la librería. Tal como le escribí después a través de Twitter, qué bien sienta hablar de buenos libros. Fui a recoger el último libro de Sam Savage,
"Cristal" (Seix Barral, 2013) y estuvimos comentando las últimas novedades de la
Editorial Impedimenta, una de mis editoriales favoritas, que ha cumplido recientemente 100 títulos publicados. Hablamos de dos de las últimas incorporaciones de la editorial, dos libros que tienen una pinta estupenda:
"La segunda vida de Viola Wither", de Stella Gibbons -autora también de
"La hija de Robert Poste"- y
"Enterrado en vida", de Arnold Bennett.
Le comenté también lo mucho que estoy disfrutando con la lectura de otro de los libros que le encargué,
"El Vivo", de Anna Starobinets (
Nevsky Prospects, 2011), cuyo argumento y desarrollo, al menos hasta este momento -he leído unas 150 páginas del libro- me están sorprendiendo muy gratamente. Creo que Starobinets es una joven autora -nacida en 1978- muy a tener en cuenta.
Por último, hubo tiempo incluso de hablar de literatura para niños pequeños, ya que estoy interesado en algún buen libro de iniciación para una niña que cumplirá en unos meses su primer año de edad, y tengo claro que no hay mejor regalo para una persona, desde que es un bebé, que un buen libro adecuado a su edad.
Tras esta disertación sobre las bondades de la librería Birlibirloque, sobre la que sin duda escribiré en más de una ocasión, quiero regresar al tema original de este escrito. Y es que, en aquella conversación, también surgió el tema de lo mucho que hay por leer y del poco tiempo disponible para ello.
Soy de la opinión de que, en el mejor de los casos, aquél en el que no tuviera nada que hacer en la vida y dispusiera de las 24 horas del día para leer sin descanso, tampoco tendría tiempo suficiente para leer todo lo que me gustaría.
Soy de los que visito a menudo librerías y siempre llevo conmigo una libreta donde anoto los libros que me llaman la atención y que me gustaría leer. Pese a que no dejo de leer, siempre limitado por los quehaceres de la vida como es lógico, el hecho es que en mi "lista de libros pendientes" puede haber fácilmente unos 900 libros, y el número no deja de aumentar.
La mayoría de las veces prefiero no pensar en ello, pero en ocasiones es inevitable. Creo que es importante ser consciente de que no vamos a poder leer todo lo que nos gustaría, así que en os últimos tiempos estoy siendo más selectivo a la hora de elegir qué libro leer. Aún así, no puedo evitar una sensación de desazón cada vez que termino un libro y he de elegir el siguiente. Hay tanto por leer y tan poco tiempo...
Imagino que esta es una sensación compartida por muchos lectores como yo. Antes era menos consciente de ello, pero de un tiempo a esta parte no puedo evitarlo. Recuerdo que, hace años, yo era de los que terminaba un libro a toda costa. Si empezaba a leerlo, tenía que terminarlo, no podía dejarlo a medias aunque me estuviera aburriendo soberanamente. Llegó un momento en que eso cambió, tal vez cuando reparé en esto de lo que estoy hablando, que hay demasiados buenos libros para leer como para perder el tiempo con aquellos que no me transmiten nada o alguno al que, por el motivo que sea, aún no le ha llegado su momento. En más de una ocasión he dejado un libro a medias y, pasado un tiempo, he regresado a él, leyéndolo entero e incluso disfrutando con su lectura. Imagino que esto también le ocurre a muchos lectores.
Otro tema curioso es el de las recomendaciones. Todos tenemos amigos lectores que nos recomiendan uno u otro libro. A veces me he sentido en la obligación de leer alguna obra que no me llamaba especialmente la atención, pero debido al buen criterio del amigo en cuestión -sobre todo si me conoce bien- le he dado una oportunidad y no me he arrepentido de hacerlo. No obstante, hay otras ocasiones en las que te preguntas por qué ese amigo o amiga te ha podido recomendar semejante pestiño, y la respuesta es clara: Para gustos, los colores, y lo que para mi es un pestiño para otra persona puede ser la obra maestra más grande de la Literatura Universal, mientras que un libro que a mi me entusiasme puede ser un bodrio para otros.
El mundo de los libros es así. Si hoy he dedicado este artículo al acto de leer, en otra ocasión trataré el acto de escribir. Hay muchos libros, ahora me apetece leer y llevo casi media hora escribiendo, así que me voy a poner un rato con Anna Starobinets y "El Vivo".