miércoles, 16 de octubre de 2013

Nunca quise ser actor

La vida debería ser mucho más simple. Este concepto da título al libro que estoy leyendo en estos momentos, La vida simple, de Sylvain Tesson (Alfaguara), una aventura de seis meses en los que el autor vivió solo, en una cabaña a orillas del lago Baikal, en plena Siberia rusa, alejado de cualquier atisbo de civilización.

Me gusta el título del libro, aunque tiene trampa. El original, en francés, es Dans les forêts de Sibérie, que traducido al español de forma literal sería En los bosques de Siberia. Aunque soy un firme defensor de respetar el título original de las obras, he de reconocer que el elegido por Alfaguara me parece bastante acertado.

Cuando termine su lectura redactaré la correspondiente reseña, pero hoy quiero escribir un poco sobre el concepto antes apuntado y que da título al libro de Tesson: la vida simple.

Vivimos inmersos en una vorágine que no nos permite ser conscientes del paso del tiempo. Los segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años transcurren de aquí para allá, las prisas y el estrés nos invaden y no tenemos libertad para echar el freno y poder disfrutar de la vida, que por cierto sólo tenemos una.

La sociedad está muy mal montada. Cuando nací, las cosas ya estaban así planteadas; nos obligan desde pequeños a subirnos a una inmensa rueda que gira sin parar, sin que podamos hacer nada por evitarlo. Cualquier intento de bajarnos de la noria es inútil, todo es un inmenso teatro de función continua del que somos actores secundarios contra nuestra voluntad. Nunca quise ser actor.

El día a día en la ciudad no nos permite parar, decidir cómo queremos vivir nuestra vida. La sociedad está organizada para que unos pocos se repartan el pastel y los demás no somos más que el engranaje necesario para mantener el statu quo que interesa a esa élite dominante.

Hace unos días leí un tuit especialmente acertado del director de cine José Luis Cuerda: Somos marionetas aturdidas movidas por marionetas muy activas en manos de marionetas que venden sus servicios a unas decenas de Mal Nacidos. No puedo estar más de acuerdo.

Hay días en los que me levanto queriendo gritar que pare el mundo que yo me bajo. Sacar del banco lo poco que tengo ahorrado, mandar a tomar por culo al trabajo, cerrar mi casa e irme lejos. O cerca, no lo sé, pero empezar de cero y dejarme llevar. Desprenderme de casi todo; tendría que dejar atrás no sólo aquello de lo que estoy harto, sino también las comodidades de las que disfruto a día de hoy, que también las hay.

Me gustaría atesorar cada segundo, sentir aquello que dicen de que el tiempo se enlentece cuando eres dueño de tu vida, pero es difícil dar el paso. Por varios motivos. Para empezar, por cobardía. Al fin y al cabo, me quejo mucho pero, al menos a día de hoy, las contraprestaciones me mantienen anclado a la farsa institucional. Ocurre que estas contraprestaciones son cada día menores.

En segundo lugar, por el miedo a lo desconocido. Nunca me han dado opción de salirme del camino (aunque hago mis pinitos, cada día más), ese camino de baldosas amarillas con el que nos crean una falsa normalidad; nos hacen ver lo claro oscuro e intentan anular nuestra capacidad crítica y de raciocinio. Con muchos lo consiguen.

A los que forman parte del engranaje necesario para evitar que nos desviemos del camino de baldosas amarillas yo les llamo los Moldeadores. Algunos ni siquiera son conscientes de estar sirviendo a intereses espúreos, se limitan a hacer su trabajo pensando que dan un buen servicio a quienes en realidad no son más que sus víctimas. El Sistema, debo reconocerlo, está muy bien montado. Tanto que ya no salirse de él, sino tan sólo mostrarse crítico puede acarrear problemas.

Hay verdades incómodas. Yo solía removerme inquieto en mi asiento (aún me ocurre a veces) cuando escuchaba o leía cosas que contradecían o ponían en duda aquello que durante tantos años los Moldeadores me habían inculcado como verdades absolutas e inquebrantables. Con el paso del tiempo, pese a la vorágine en la que me encontraba (y me encuentro) inmerso, fui siendo consciente del inmenso montaje creado por los Malnacidos, un entramado de podredumbre tan bien organizado que apenas tiene resquicios por donde pueda colarse nuestra capacidad crítica, convenientemente atrofiada gracias al buen hacer de los Moldeadores.

Pero ningún sistema, por muy infalible que pueda parecer, está libre de ser atacado y por qué no, derrocado. Y en nuestro caso, el Sistema puede (y debe) ser vencido. Tal vez no a corto plazo, pero todos deberíamos ser capaces de mostrar un espíritu crítico, no conformarnos con la supuesta realidad de las cosas porque sí. Estoy seguro que de hacerlo, más de uno empezaría a ser consciente de que nada es lo que parece y que las cosas no son como nos las han contado. Ese sería un buen comienzo.

Estoy seguro de que mucha gente piensa como yo. Ocurre que están inmersas en una espiral sin freno que les impide no ser conscientes de ello, que lo son, pero sí adquirir las habilidades necesarias para ponerle remedio. Esto es algo que nos pasa a todos.

Lo hacemos lo mejor que podemos, pero no es suficiente. Siempre he sido muy crítico con el proceso de Institucionalización al que nos someten desde que nacemos. Nos cogen pequeñitos, sin defensas, aún sin las habilidades precisas para darnos cuenta del engaño, y nos intentan modelar para que seamos unas personas disciplinadas con el Sistema. Llegados a la edad adulta, muchos no se plantean que casi todo lo que les han metido en la cabeza es mentira. El trabajo concienzudo de los Moldeadores durante años hace difícil que sean conscientes de la Gran Mentira.

Muchas personas, incluso, reaccionan de forma brusca ante aquellos que planteamos dicha posibilidad. Es un mecanismo que todos tenemos en mayor o menor medida, perfeccionado durante el proceso de Institucionalización, por el cual nuestro cerebro tiende a sentirse incómodo y a rechazar cualquier manifestación crítica hacia el Sistema.

No os sorprendáis, por tanto, de la reacción furibunda de algunos cuando manifestéis vuestras discrepancias ante lo establecido. Intentad exponer vuestros argumentos y punto; habrá personas receptivas al diálogo y otras que se sentirán más cómodas aceptando la mentira institucional, creyéndose poseedores de una seguridad que en realidad no es tal. Allá cada uno.

Sea como fuere, es posible que algunos de los que estéis leyendo estas líneas os sintáis incómodos ante la crítica al Sistema. No os preocupéis, os han moldeado para eso. Lo importante es llegar al punto de no creer las cosas sólo porque sean repetidas hasta la saciedad. Creo que fue uno de los mayores asesinos de la Historia, Joseph Goebbels, quien dijo aquello de que una mentira repetida mil veces se convierte en realidad. Es triste, pero muchos dan por sentado que algo es cierto sólo porque se lo han repetido una y otra vez a lo largo de sus vidas.

Creo que es hora de dar a la Duda el espacio que merece. Sólo así conseguiremos avanzar hacia una sociedad libre de verdad: sin un Sistema podrido como el que padecemos, sin la Gran Mentira, sin Institucionalización, sin Moldeadores ni Malnacidos. Una sociedad de la que no nos avergoncemos.

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