Estaba harto de recibir patadas y
cabezazos, de volar por los aires sin sentido estético alguno. Los árbitros
parecían no inmutarse con la violencia que descargaban sobre él. Siempre se había
sentido maltratado, desde sus comienzos en aquellos duros campos de albero. Años
después, un par de partidos le bastaron para comprender que el césped no iba a
mejorar su situación.
Un buen día apareció él. Con el
cinco a la espalda, sus desplazamientos, controles, regates, pases y disparos eran
diferentes a todo lo que había visto antes. Era exquisito en el trato. Al
instante supo que ese francés con tonsura de fraile era lo que había esperado
durante mucho tiempo.
Le contaron que un cabezazo a
destiempo marcó el fin de la carrera de aquel elegante marsellés. Nunca le
importó; jamás olvidaría sus fintas, su precisión en el pase y en el disparo,
su visión de juego. Jamás olvidaría aquella noche escocesa en la que un
brasileño bajito y veloz, un jugador de golpeo violento y exquisito al mismo
tiempo, lo lanzó al cielo de Glasgow. Fueron unos segundos eternos en los que
aquel francés esperó su caída, para alojarlo con fuerza, precisión y un mimo
infinito en la escuadra de la portería defendida por un gigante alemán, que
nada pudo hacer por atraparlo.
Aquellos mágicos segundos le
hicieron olvidar todas las tardes de duro trabajo en campos de albero y césped
descuidado, rodeado de rudos futbolistas que no dudaron en propinarle todo tipo
de patadas, cabezazos y golpes sin juicio alguno. Aquel francés dio sentido a
su vida y le convirtió, por un instante, en el balón más feliz del mundo.
2 comentarios:
Buen relato
Gracias, Óscar. ¡Un saludo!
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