lunes, 27 de junio de 2016

Entrevista a Toni Hill, autor de 'Los ángeles de hielo' (Grijalbo, 2016)

Estoy citado en un céntrico hotel sevillano para entrevistar a Toni Hill. Tiene nuevo libro, Los ángeles de hielo (Grijalbo, 2016) y no hay mejor excusa que esa para hablar con un escritor. Llego unos minutos antes de la hora acordada; espero a una distancia prudencial mientras Toni atiende a un compañero. La entrevista va a celebrarse en el patio del hotel, donde un sol incipiente amenaza con obligarnos a cambiar de ubicación en cualquier momento.

Me acompaña Mercedes, de Édere Comunicaciones. A la hora indicada, y tras las presentaciones de rigor, la entrevista va a dar comienzo. Toni se muestra cercano y atento. No para de sonreír, está de muy buen humor. Es evidente que está satisfecho con la acogida que público y crítica están dispensando a su novela.


Presentaciones, firmas, eventos varios... Parece que el libro está funcionando bien.
La verdad es que estoy contento. Intento combinar presentaciones con otro tipo de eventos, como hice con el Festival Valencia Negra, que me permite hablar con la gente de mi libro pero también de más cosas. Por los datos que tengo, la novela está funcionando bastante bien. En Cataluña, tal vez por cercanía, fue uno de los libros más vendidos en el pasado Sant Jordi. Sí que me resulta más sorprendente que en uno de los periódicos de referencia de Aragón, El Heraldo, mi libro haya estado entre los más vendidos.

Alguna vinculación con Aragón sí que tiene el libro. Háblame del Hotel Oriente.
Estuve en Zaragoza haciendo promoción y me alojé en el Hotel Oriente. Los empleados del hotel venían a saludarme y me decían que tenía que contarles qué ocurre allí. Yo les decía que mejor no, prefiero no seguir investigando por si acaso...

Sé que le tienes mucho cariño al inspector Héctor Salgado... ¿Retomarás a este personaje algún día?
Yo lo que quería era dejarlo un tiempo, porque me molestan mucho los personajes que se convierten en un cliché. He leído muchas series, y no voy a decir nombres, en las que un personaje que me gustaba acaba siendo muy repetitivo y haciendo siempre las mismas cosas. Eso a muchos lectores les encanta, pero a mí como autor me pone un poco nervioso y le acabo cogiendo manía a los protagonistas. Como no quiero que eso me pase con el mío, lo he aparcado un poco.

Una de las cosas que más me ha llamado la atención en Los ángeles de hielo es la complejidad de su estructura. No debe ser fácil encajar el puzle compuesto por varias voces narrativas que planteas en la obra: el diario de Águeda, por una parte; la narración de Sebastián Freixas, por otra; y las acotaciones del propio Freixas, tal vez la voz más original. ¿Cómo se te ocurrió plantear así la obra?
Se me ocurrió así, tal cual. Mi idea original era la que has planteado: lo que le sucede a Águeda solo puede contarlo ella y además nos interesa su punto de vista, siempre teniendo cuidado de no revelar más de lo necesario para que no afecte al resto de la narración. Uno de mis temores era si iba a ser capaz de escribir un diario de esas características, no por el hecho de que fuera una mujer, porque al fin y al cabo un buen narrador debe saber crear voces tanto masculinas como femeninas, sino por su personalidad.

Ahora que lo mencionas, el papel de la mujer en la época en la que se desarrolla la trama es otro de los puntos interesantes del libro, tal vez porque tenemos la idea errónea de la mujer sumisa, de su casa y temerosa del poder religioso que nos llegó a partir de la guerra civil.
Exacto. El primer tercio del siglo XX fue un momento de ruptura con muchas cosas; surgieron movimientos que tuvieron a las mujeres como protagonistas, no hay más que recordar a las sufragistas, por ejemplo. Luego llegó la guerra civil y todo eso se fastidió.

Parece que en nuestro inconsciente colectivo ha quedado fijada la imagen de la mujer tras la guerra civil, olvidando que existió ese periodo anterior tan distinto.
Más aún; la idea que se ha impuesto es la de si en 1939 estaban así, en 1916 tenían que estar peor... Y no era así, ni mucho menos.

Retomando el tema de la complejidad de las voces narrativas, las acotaciones de Freixas aportan un punto de originalidad muy importante a la novela.
Creo que si lo hubiera escrito tal como lo tenía previsto, todo se hubiera complicado. Mi idea original era que Sebastián Freixas apareciera solo al principio y al final de la novela; haciendo uso del recurso clásico del personaje que presenta y cierra la obra. Después comprobé que me sentía muy cómodo con la voz de Freixas, lo adopté como una especie de alter ego que enseguida supe que podía funcionar muy bien. Luego, cuando llevaba desarrollada media novela, descubrí que necesitaba un poco de aire; por un lado íbamos siguiendo a Águeda, por otro a Frederic, pero había cosas que Águeda no podía contar porque no estaba, y Frederic tampoco porque no las sabía, así que pensé... ¿Y si introduzco a este señor, Freixas, que desde 1931 es dios? Él podía contarlo todo y además le otorgué una autonomía total, hasta el punto de permitirse la licencia de contar cosas que no podía saber de ninguna forma.

Él mismo reconoce que algunas de las cosas que cuenta son de su cosecha, que intuye que podrían haber ocurrido así pero que no puede estar seguro de ello.
Claro, sería tramposo que no lo hiciera. Pensé, ¿por qué no? Es una forma de transgredir la estructura de este tipo de novelas y de introducir algo de metaliteratura en el texto; ese señor cuenta lo que le da la gana, pero es que en el fondo yo también cuento lo que me da la gana, y soy el autor de todo. Y Águeda cuenta lo que le permite su historia personal. En el fondo, Freixas me aparta a mí, por eso yo lo llamo el narrador travieso, y hace respirar a la historia. La primera de las acotaciones salió sola y a partir de ahí fui introduciendo otras cuando lo creía conveniente.
Háblame del prólogo y por qué decidiste introducir una escena tan impactante al comienzo de la novela.
Pensaba que debía ofrecer algo así al comienzo. El lector necesita algo de qué preocuparse y durante muchas páginas, aunque ve que en el internado van ocurriendo cosas y que la niña Griselda normal, lo que se dice normal, no es, todo eso está pasando en una parte de la historia, mientras que en la parte de Frederic apenas hay acción. El prólogo actúa a modo de advertencia; buscaba algo que mantuviera a la gente tensa y que fuera lo bastante potente; esa chica degollada con el pájaro en la boca, el chico ajusticiado y el padre Robí, que más adelante aparece de golpe... El lector comienza a hacer asociaciones y se mantiene alerta. La función principal del prólogo es esa y así es como funciona en la novela.

El lector sabe que lo que está leyendo en esas páginas de presentación no va a durar mucho y en cualquier momento se va a desatar la tormenta.
De hecho, como yo soy muy ordenado, lo primero que escribí fue ese prólogo. Prólogo, introducción y luego todo el diario de Águeda seguido, excepto la última escena del mismo.

Algunos podrían pensar que se trata de un libro de fantasmas o de terror. Sácalos de su error. Es una novela de suspense psicológico. Tal vez la palabra que mejor la defina sea inquietante. No es terror, es inquietud lo que siente el lector cuando se adentra en sus páginas. El temor que puede sentir el lector es por lo que hacen los personajes, no por algo sobrenatural. Hay escenas que sí pueden dar miedo, pero no es una novela de terror.

Hay referencias claras en el libro, algunas más explícitas que otras. Háblame de ellas.
Las más claras son Jane Eyre, de Charlotte Brontë; Otra vuelta de tuerca, de Henry James; y los relatos de E.T.A. Hoffman (a Sigmund Freud le apasionaba este autor). La Barcelona de la época que reflejo en el libro tiene influencias de La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza.

Hay otra referencia interesante, en este caso al libro Mujercitas, de Louise May Alcott.
Sí, tanto en el apellido de uno de los profesores del colegio (March, al igual que la familia del libro de Alcott) como por el hecho de desarrollarse en una institución de niñas. Quería jugar con algunos de esos clásicos femeninos, de ahí las referencias a este libro, a Jane Eyre o a Otra vuelta de tuerca, donde la protagonista es una joven institutriz. Mientras los chicos leíamos Las aventuras de Tom Sawyer, Ivanhoe o Los tres mosqueteros, las señoras de mi generación, a punto de llegar a la cincuentena, leían cuando eran niñas Mujercitas, Jane Eyre y toda una serie de clásicos femeninos. Existía una separación por sexos también en cuanto a las lecturas.

Precisamente tú fuiste el encargado de la traducción de Jane Eyre para la edición de Penguin Clásicos...
Sí, y me hace mucha ilusión que la gente ahora termina Los ángeles de hielo y tiene ganas de leer Jane Eyre. Digo: ¡mira, parece que estoy fomentando la lectura de Charlotte Brontë!

La novela es muy cinematográfica, ¿te ha llegado alguna propuesta para llevarla al cine o la televisión?
Yo estaría encantado, pero de momento no hay nada. La verdad es que no podría escribir pensando en eso. Además, creo que sería muy difícil condensar toda la trama en la duración de una película, necesitaría muchas horas. No me gustaría ver el diario de Águeda transformado en flashbacks, no creo que quedara bien... Tal vez encajaría más como serie de televisión, una serie bien hecha con unos buenos decorados y grandes actores... El problema en ese caso sería de presupuesto, empezarían a recortar y ya sabemos que cuando empiezan a recortar...

¿Por qué dan tanto miedo las cajas de música?
Eso me pregunto yo. A mí me dan miedo las cajas de música y las bolas con nieve, no sé por qué.

En el libro aparece también una famosa canción infantil que, bien analizada, es terrorífica.
Es que esa canción es horrenda: Alondra, dulce alondra, te desplumaré. Es una canción que hemos cantado todos cuando éramos niños sin saber que la letra cuenta cómo despedazan a una pobre alondra. Es más, la música sin letra ya resulta inquietante. Ocurre lo mismo con los cuentos populares; Disney los ha tergiversado de mil y una formas, pero los originales son tremendos. Blancanieves, por ejemplo... Si nos paramos a pensar, la idea de convivir con siete enanos mineros es, cuando menos, inquietante. Si lees el original de la Cenicienta, la madre hace que las hermanas se corten dedos del pie para que les entre en el famoso zapato. Es terrible.
Me gustaría poner en valor el arduo trabajo de documentación que has llevado a cabo para escribir esta novela.
Sí, fueron bastantes meses. De hecho, en referencia a la pregunta que me hiciste antes sobre cómo se va creando la trama, se va creando un poco en función de la documentación. Es una especie de proceso de simbiosis: tú tienes una idea y las vas concretando a medida que vas leyendo sobre ello. Es cierto que muchas referencias las tenía ya leídas con anterioridad; a mí me interesa más la Primera Guerra Mundial que la Segunda, no sé por qué, tal vez porque de esta última hay mucho más. Sobre la Gran Guerra recomiendo, por ejemplo, Sonámbulos de Christopher Clark. Con motivo del centenario de la contienda surgieron muchos libros al respecto y tenía la necesidad de leerlos, no ya enteros porque no me daba tiempo, pero sí las partes que me interesaban. Algún día haré una foto a todos los libros que han formado parte de la documentación para escribir Los ángeles de hielo y te aseguro que son muchos más de los que la gente cree. Tenía la ambición de que la gente se sumergiera en ese mundo, que no chirriara nada, que el escenario fuera plausible, que los personajes actuaran de la forma en la que se actuaba en la época, que hablaran de la guerra como ahora hablamos nosotros de la corrupción, por ejemplo. Creo que lo he conseguido, al menos yo estoy contento con el resultado.

La Gran Guerra, no obstante, va perdiendo protagonismo a medida que se va desarrollando la verdadera trama que planteas en la novela.
Sí. De hecho había más referencias, pero cuando la novela estaba casi terminada comprobé que no eran necesarias y las eliminé. No quería hacer un ejercicio de lucimiento personal, no se trataba de demostrar cuánto sé sobre el tema, sino de encajarlo con la historia que quería contar. Sí tengo ganas, no obstante, y creo que lo regalaré, de escribir El reloj de Anton. Tal vez no entero, pero sí una parte de él. No obstante, a medida que pasa el tiempo esta idea parece que va quedando atrás, al igual que le ocurre a Frederic a lo largo del libro. Él se ofende mucho por la frivolidad de la gente respecto a la violencia. Ha vivido la guerra en primera persona y le ha marcado. Es algo que ocurre a menudo, parece más fácil frivolizar con la violencia lejana; es como cuando decimos: ¿afectan más las bombas de París que las de Siria? No digo que sea justo, pero es así porque si uno ha estado en esa plaza en la que ha estallado una bomba, lo siente como algo más cercano, se establece un vínculo. Claro que duele cualquier tipo de violencia, dondequiera que se produzca, pero no afecta igual. A pesar de su indignación, a Frederic le ocurre lo mismo a lo largo de la novela.

Uno de los grandes méritos de la novela es el andamiaje literario que tiene, la construcción de la trama y de los personajes, la labor de encaje de todos los puzles sin que caiga alguna de sus piezas.
Uno de mis grandes temores a la hora de escribir Los ángeles de hielo era que todo estuviera bien ensamblado. Hay un trabajo importante, no lo voy a negar, pero en algunos momentos me he dejado llevar por mi propia intuición. Me sorprendí diciéndome a mí mismo esto va así, no me preguntes por qué, pero va así. Tenía clarísimo qué iba a ocurrir en cada momento.

¿Cuánto tiempo te llevó terminar la novela, desde que comenzaste la labor de documentación hasta que la entregaste a la editorial?
Cuando terminé Los amantes de Hiroshima (2014) ya tenía un cuadernito con apuntes sobre esta novela. El tiempo de escritura no llegó a un año, año y medio si incluimos el proceso de documentación. Todo ello por supuesto mientras seguía trabajando y haciendo otras cosas, no es que estuviera año y medio dedicado solo a eso.

¿Qué proyectos tienes a la vista?
Hay varias cosas que me dan vueltas por la cabeza y tengo dudas, no sé qué me apetece hacer. Tengo dos o tres ideas y no consigo decidirme. Esta misma mañana he tenido un momento de inspiración y he pensado en un par de cosas que podría unir y de las que podría sacar algo. Por otro lado, me apetece mucho ofrecer algo que no tenga nada que ver con Los ángeles de hielo aunque pero manteniendo el estilo, ya que parece que gusta. Por otra parte, tengo miedo de que me encasillen... Tendré que decidir después del verano, hablar con la gente de la editorial a ver qué quieren ellos. A mí, en un momento dado, si tengo varios proyectos que me gustan no me importaría decantarme por uno u otro en función de las necesidades del editor. Me apetece, por ejemplo, avanzar en el siglo XX, escribir algo ambientado en los años cuarenta, contar algo relacionado con la represión en España tras la Guerra Civil y también con la Segunda Guerra Mundial, e irme acercando en el tiempo. Tal vez una trilogía fantasma que recorra el siglo XX.

Quiero terminar con un personaje que intuyo que es uno de tus personajes favoritos de la novela: Claudine, la madre de Frederic.
Claudine es fantástica. Sí, es mi personaje favorito. Además me servía porque, como decías tú al principio, hay todo un tema de reivindicación de la mujer y quería mostrar a ese tipo de mujer, que sin reivindicar nada hizo durante toda su vida lo que le dio la gana. Se va y vuelve cuando quiere y no siente necesidad alguna de justificar sus actos. El propio Frederic asume que su madre es así y la acepta. Una de mis frases favoritas de la novela es aquella que dice algo así como que uno se hace mayor cuando asume los defectos de sus padres, entre otras cosas porque ello permite empezar a asumir los propios y aceptar la vida tal como es.

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