El pasado miércoles, 31 de julio,
unos minutos antes del mediodía, el vuelo de Ryanair FR4371 despegaba del
aeropuerto de San Pablo, en Sevilla, rumbo a Manchester. De esta
forma dio comienzo mi cuarta visita a Inglaterra desde que mi hermano se fue a
trabajar allí, hace ocho años.
En esta ocasión, además de dar
continuidad al diario de ruta por los pubs de Hull (con algunas sorpresas),
quiero escribir sobre otros lugares que he visitado en mis últimos viajes al Reino Unido: Edimburgo, Robin Hood´s Bay, Whitby, Lincoln, Liverpool, Chester,
Scarborough, Selby,... Sé que no voy a poder abarcarlo todo, pero haré lo que
pueda.
En los próximos días espero tener
listo el primer artículo de las nuevas
Crónicas de la Gran Bretaña. Pero antes de todo eso, y para cerrar esta entrada,
recupero un pequeño texto que redacté allá por 2012, el 17 de marzo
concretamente. Lo escribí a bordo del avión de
Ryanair que me llevaba al
aeropuerto de Gatwick, en Londres. Lo transcribí de mi diario de viaje pero
quedó en la carpeta de borradores y nunca lo publiqué. Es un relato muy cortito
acerca de la controvertida aerolínea irlandesa y mi experiencia con ella hasta
ese momento. He de decir que mi opinión, a día de hoy y con varios vuelos más a
mis espaldas, sigue siendo la misma.
Sábado, 17 de marzo de 2012. 13:50 horas.
Vuelo de Ryanair FR5252. Sevilla, aeropuerto de San Pablo - Londres, aeropuerto
de Gatwick
Acaba de despegar el vuelo FR5252 de Ryanair que me llevará a Londres.
El despegue ha ido mejor de lo que esperaba y estoy tranquilo. Creo que jamás
me acostumbraré a volar, pero tengo que reconocer que plantarse en Londres en
poco más de dos horas es una pasada.
No, no me gusta volar. No es algo insoportable, de lo contrario no me
montaría en un avión, pero no me resulta una sensación agradable. Y esta vez, como siempre que visito un aeropuerto, también me he acordado del holandés Dennis Bergkamp.
Cosas de mi afición por el fútbol.
Cuentan que todo empezó en 1989, cuando varios de sus amigos,
jóvenes futbolistas holandeses de origen surinamés, murieron en un accidente de Surinam
Airways. Dennis tenía 20 años y por suerte para él no viajaba en ese avión, pero
aquello le marcó.
Años más tarde, una experiencia en primera persona despertó
definitivamente la aerofobia del jugador. En junio de 1994, un avión de la
compañía KLM llevaba a la selección holandesa al Mundial de Estados Unidos.
Para empezar, el viaje se retrasó porque en el aeropuerto se recibió una
amenaza de bomba. No obstante, lo peor llegaría después. Durante el vuelo, el
avión entró en una bolsa de aire que provocó la caída libre del aparato durante
varios segundos. El piloto logró estabilizar la aeronave y nadie resultó
herido, pero estoy seguro de que el recuerdo del accidente que costó la vida a
sus amigos estuvo muy presente en aquellos momentos para un Dennis Bergkamp que
juró no volver a subir jamás a un avión.
Imaginad qué suponía aquello para un futbolista profesional, obligado a
viajar cada dos por tres. Aun así, el jugador holandés había sido una de las
grandes estrellas del Mundial de Estados Unidos y en junio de 1995 fichó por el
Arsenal londinense, procedente del Inter de Milán. Para estampar su firma con
los gunners exigió incluir una
cláusula en el contrato que le eximía de viajar en avión junto a sus
compañeros. Una vez, Dennis llegó a viajar desde Londres a Barcelona por
tierra. Tardó ocho horas y media, mientras que el resto de la plantilla viajó
en un vuelo privado en menos de dos horas. A día de hoy, por lo que he leído
por ahí y pese a haberse sometido a varios tratamientos para intentar superar
su aerofobia, Bergkamp continúa negándose a viajar en avión.

¿Y a qué venía todo esto? Ah, sí. A que no me gusta volar, pero sin
llegar al extremo del mediapunta holandés. El vuelo sigue su curso; hemos sufrido las habituales turbulencias al atravesar
las nubes, pero bien. Me acompaña la música de Loreena McKennitt y la lectura de Sin noticias de Gurb,
de Eduardo Mendoza, un libro que tenía muchas ganas de leer y que ya con sus
primeras páginas me ha hecho reír y olvidar (o casi) que voy metido en un
pájaro de metal a 10.000 metros de altura o como diría un entendido, a 33.000
pies.
Voy a intentar describir el estado en el que me encuentro: sentado en
sexta fila, junto al pasillo, he tenido la suerte de que nadie ha ocupado el
asiento que está a mi lado, por lo que me he librado del efecto sardina en lata
tan frecuente en estos viajes. En el asiento de ventanilla hay una chica que se
llama Alicia cuyo destino es Aberdeen, Escocia, vía Londres. Hemos estado un
rato hablando y hemos quedado en coger juntos el Gatwick Express a King´s
Cross; ella va a pasar la noche en Londres y yo continuaré mi viaje en tren
hasta Hull.
Me encuentro en un estado cercano a la hiperactividad. Escribo, escucho
música y a ratos leo a Mendoza. Creo que lo tengo todo controlado, al menos
todo lo controlado que se puede tener algo aquí arriba, que no es demasiado.
Tengo muchas ganas de llegar al aeropuerto, coger el Gatwick Express y tomar
una pinta con mi amigo Paco y su mujer, Giulia, en algún pub cercano a la
estación de King´s Cross, antes de subir al tren que me llevará a Hull. Por
cierto, Happy Saint Patrick´s Day!
Retomo mi estado de ánimo: voy en avión y estoy tranquilo, que ya es
mucho. Ayuda el estar de vacaciones y pensar que tengo once días por delante en
tierras británicas. No me puedo quejar.
Lo de Ryanair es para estudiarlo. Hay gente que critica mucho a esta
aerolínea irlandesa pero, ¿quién te lleva y te trae de Londres por 50 euros,
que es lo que me han costado a mí los billetes de ida y vuelta? Me parece un
servicio más que digno, con sus lógicas limitaciones.
Eso sí, Ryanair solo se
parece al resto de aerolíneas en el despegue y el aterrizaje. El vuelo es para grabarlo. Nada más despegar, en cuanto se apaga el
indicador de cinturones abrochados, comienza el espectáculo: comida fría, comida caliente,
bebidas, perfumes, cigarrillos sin humo, lotería... Los azafatos y azafatas se
afanan por vender todo lo que pueden y es lógico que busquen ingresos debajo de
las piedras, de otro modo sería inviable la política de precios que mantienen. A algunos puede molestarle tal despliegue, pero a mí me resulta de lo más entretenido.
Ya he volado varias veces con Ryanair y mi experiencia personal, hasta
el momento, no ha sido mala.
Escribí el texto anterior hace más de siete años. Siete. Cómo pasa el tiempo...