Os presento a Bowie, mi nuevo compañero de piso. Permitidme que os cuente su
historia.
Hace un par de semanas llovía mucho en el pueblo. La noche era desapacible y
la única iluminación de la calle procedía de un par de farolas y de la ventana
del piso bajo del número 12.
Un sonido apagado, leve al principio pero creciente en intensidad, se mezcló
de repente con la lluvia que caía. Un lamento, un llanto desconsolado. Un
pequeño gato, empapado y temblando de frío y miedo, maullaba bajo aquella
ventana pidiendo ayuda y refugio.
Al abrir la puerta entró sin dudarlo. Estaba asustado y hambriento, pero en
ningún momento se mostró agresivo ni desconfiado. Por supuesto, pasó esa primera
noche en la casa. Comió y durmió. Enseguida se fue reponiendo y mostrando un
carácter alegre, juguetón y muy, muy cariñoso.
Poco supimos sobre su origen. Buscamos a su posible dueño, pero no
pertenecía a ningún vecino. Nadie de los alrededores lo reclamó y llegamos a la
conclusión de que se trataría de un gato nacido en la calle o en alguna camada de
las fincas de campo de los alrededores. Simplemente apareció allí, perdido,
hambriento y asustado bajo la lluvia. Su origen quedará cubierto por un halo de
misterio para siempre.
Llegó el momento de decidir qué hacer con él. Las opciones eran contactar
con alguna asociación para que le buscaran un hogar adoptivo o adoptarlo
nosotros. Y qué queréis que os diga...
Bowie (mirad sus ojos y entenderéis su nombre) llegó a Sevilla el pasado 25
de septiembre. Lo primero que hicimos fue llevarlo a la veterinaria, que nos
confirmó que se encontraba bien, algo desnutrido, pero bien. Tenía algunos
ácaros en el oído izquierdo y una herida en la nariz (en la primera fotografía
se puede ver esa zona negra debido a las postillas), pero nada importante. Más
allá de temas de salud (desparasitación, vacunas, chip, alimentación, etc.), nos
dio una serie de pautas y consejos para que la convivencia fuera lo mejor
posible en esos primeros días. Han pasado casi dos semanas y la experiencia
está siendo muy buena.
Tiene entre tres y cuatro meses y ni siquiera sabe maullar aún. Es un cruce
de una especie indeterminada con gato de angora. Tiene un carácter muy bueno,
tranquilo (con sus momentos de hiperactividad, sobre todo por las mañanas. Al
fin y al cabo es muy pequeño todavía), juguetón, inteligente, dócil (hasta a la veterinaria le sorprendió cómo se deja lavar, cepillar, limpiar los oídos y demás) y muy
cariñoso. En muchos momentos me recuerda a esos pájaros inseparables; camina a
mi lado, me persigue allá donde voy, se cruza entre mis piernas, pide atención
continua, caricias, se duerme en el sofá a mi lado… Le hemos colocado una malla
en la terraza y le gusta pasar mucho tiempo mirando a la calle, aunque el pobre
ya se ha llevado algún que otro susto con pitidos, ladridos y petardos. Su
comportamiento no puede ser mejor, la verdad. Se ha adaptado a las mil
maravillas a su nuevo hogar y hace mucha compañía.
¡Quién me lo hubiera dicho! Nunca pensé que tendría un gato en casa y aquí
está, tumbado a mi lado mientras escribo estas líneas. Siempre me llamaron la
atención, pero no me había planteado meter uno en casa hasta que apareció este
enano de pelo blanco y ojos de distinto color bajo la ventana de la casa del
pueblo. Bienvenido, Bowie.